Este año incluso se había colocado un pino con regalos y adornos en la plaza del pueblo, que minutos antes de empezar la cabalgata estaba completamente tumbado por el aire, y que ayudé a enderezar con un par de personas más porque pesaba lo suyo.
La nieve caída durante la tarde dio una magia especial a la noche. No nevó durante la cabalgata, se aclaró el cielo y la temperatura se mantuvo en torno a -1ºC, aunque el aire, que aún soplaba un poco, hacía que la sensación térmica fuera de algunos grados menos. Pero lo que pega es unos Reyes con frío, y aquí nunca te falta.
El día de Reyes comienza en la casa rural junto al bar de Mercedes, donde los elegidos se cambian y se camuflan lo mejor posible para que los niños no los reconozcan. Se tapan literalmente la cara, dejando ver solo los ojos, con lo que es imposible adivinar de quién se trata cada uno, y además se les pide que no hablen para que no se les reconozca por la voz.
Mis niños me reconocieron por las zapatilla de correr, ellas me delataron.
Tras salir de la casa, sus majestades son recogidos por la carroza real, que algunos casos es un remolque tirado por un todo terreno, y recientemente es Darío, con su Pick-up, el que monta a sus majestades en sus tronos, 4 sillas del bar.
Darío conducía el pick up, y a pesar de que Goyo no hacía más que decirle que aminorara la velocidad, llevó la comitiva a una velocidad endiablada que a duras penas podíamos seguir y la procesión apenas si tardó unos minutos.
Este año hay que decir que el ambiente era bastante frío por la reciente desaparición de Martín, y estuvo a punto de no celebrarse la Cabalgata. Tomando una cerveza con Antonio, el alcalde, le comenté que por muy tenso que fuera el ambiente una tradición tan arraigada nunca se debe perder, y estábamos plenamente de acuerdo.
Pero se notó que faltaba más gente de lo habitual, entre ellos los hijos del desdichado Martín. En cambio había un par de niños pequeños que habían venido por primera vez a ver los Reyes en el pueblo de sus padres.Les pregunté si les gustaron y dijeron que sí, pero que estos Reyes eran solo ayudantes, que los de verdad estaban en Barcelona. La imaginación de los niños te deja siempre sorprendido.
Una vez que los Reyes han tomado asiento en sus correspondientes tronos venidos a menos, una persona va nombrando a las personas que van a recibir regalos. Suele ser un niño, aunque este año fue Paco el de la Veredilla el que fue anunciando los distintos regalos.Pude contar poco más de 30 personas en la sala, de los que nuestra familia eran 11.
Aquí todo el que quiere regalar algo a alguien puede hacerlo, y también los adultos reciben sus obsequios. De hecho, como hay muy pocos niños, los adultos suelen ser los más obsequiados.
Evidentemente siempre se dejan los mejores regalos para la mañana del día 6, aquí solo se entrega una pequeña parte.
Mientras tanto, los abuelos ya esperan impacientes en la línea de salida para lo que se avecina: una magnífica chocolatada acompañada de unos excelentes roscones de Reyes hechos en Cañete que ponen la guinda a la celebración.
Este año había menos abuelos, faltaba Miguela, mujer supersimpática que pasa por problemas de salud y se marchó a Barcelona y alguno más que no recuerdo el nombre. Evidentemente su avanzada edad hace que desgraciadamente para algunos sea su última chocolatada.
Por eso hay que echarse la manta a la cabeza, y un día es un día. Nos olvidamos de los colesteroles, el azúcar, la tensión y demás gaitas, a los médicos ni caso. Y a comer lo que el cuerpo aguante.
Yo difícilmente pude con 1 trozo de rosco y un vaso de chocolate.
Los niños, como todos los años, se lo pasaron pipa, y se hincharon de chocolate y roscón. A pesar de todo lo que nos tragamos sobraron varios roscones que se repartieron entre los distintos asistentes y Antonio llevó también a algunas personas que no pudieron venir.Todo un detalle por su parte.
Y así acabó otro inolvidable día de Reyes en familia, en versión miniatura, sin empujones ni apreturas, sin lujos y sin aglomeraciones. Sin grandes desfiles ni carrozas adornadas, pero con un encanto difícilmente superable.
Porque lo bueno siempre se sirve en frascos pequeños.
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